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A María, la dueña de casa, le gusta contar cómo fue que se casó con Alfredo y terminó en Lules. Se conocieron cuando ella viajaba al pueblo a entregarle unos documentos a su tío, un sub contratista en la construcción de la ruta Lules- Famaillá. Después del segundo viaje se quedó sin preguntárselo dos veces y formó una familia. Hoy sus tres hijos, suegra y nuera no quieren moverse de allí. -Ya todos tienen su vida acá.
Ella ni un sólo día deja de extrañar el aire serrano de su Córdoba natal.
Durante sus primeros años en el pueblo trabajó doble turno en una escuela cercana. La rutina que ambos llevaban les impedía compartir tiempo con sus hijos en el departamento que tenían, así que la suegra hacía de abuela tiempo completo. Un día Alfredo quiso comprar un lote para edificar una casa, pero a sus padres no les gustó el barrio y les ofrecieron que construyeran en su propio lote. María aceptó de inmediato la última opción y así fue como se empezó a levantar la casa propia en el patio trasero de los suegros. -De acá para atrás es de ustedes-. Les dijo una tarde el abuelo -Hagan lo que quieran que es suyo.
Ahí comienza la historia sobre cómo con esfuerzo y años llegaron a tener la casa y un local en alquiler. -Lules es muy tranquilo, lo que se está poniendo feo es la salida, por la cantidad de asentamientos de Mercedes. Un día llegó un grupo, empezaron a dividir los terrenos con tiras de plástico y piedras y nunca más se fueron. Recuerdo el conflicto del Indoamericano y que a la problemática de la necesidad de vivienda suele llamársela con otros nombres. -Sí, la situación es igual, pasa que los de allá se fueron porque les dieron plata. ‘Los de allá’ no se fueron. Los desalojaron con la promesa de recibir un techo, hostigados por la represión y la muerte.
El suegro ya no está y la suegra tiene más de 80 años. -La casa va entrar en sucesión, Alfredo tiene cuatro hermanos, así que no sabemos qué va a pasar con esto. María tiene un hijo sordo y por él, toda la familia está inscripta en un plan de viviendas desde hace años. -Siempre estoy esperando que salga, dicen que este año puede ser, sería muy bueno para todos.
Mientras tanto siguen viviendo en su casa, nada los aprieta como para salir a buscar dónde vivir. La familia de adelante, la otra parte suya, siempre estuvo. Ellos tuvieron trabajos y pudieron construir atrás. Esa delgada línea, que sitúa de un lado a quienes tuvieron la oportunidad de conseguir un buen trabajo y a quienes jamás contaron con nada, es lo que separa a María de la gente que se inventó un techo dividiendo la tierra con cañas y piedras en Mercedes.
-Lules sigue siendo un pueblo tranquilo, aunque creció bastante. Tanto que con 30 mil habitantes ya tiene un lugar en la categoría de ciudad. Desde su plaza principal se divisan los cerros enmarañados de bosques tupidos, interrumpidos en dos zonas por un alisado artificial: Villa Nougues y San Javier, pueblos ricos hechos a base de estancias por los grupos adinerados de la región.
Los luleños miran hacia arriba en las tardes de calor acuciante, sabiendo que ahí hacen siete grados menos.​


Instrucción de la diferencia

La mañana siguiente amanece igual de torrencial y la estación de servicio cercana a la ruta sirve de reparo a los que viajan. Un hombre de unos 50 años lleva su oficio de lustrabotas encima, mientras deambula entre las mesas siguiendo el chistar de los clientes.
De piel morocha y curtida, avanza con sus herramientas de lustre y dos banquitos, uno para que el don apoye su calzado y otro para él. En su asiento pegó una imagen de un chico meando hacia un costado, que es el que mira siempre al cliente. El guiño es casi imperceptible.
El cliente, en mangas de camisa, robusto y retacón apoya su herradura de cuero para que el lustre lo lama.
El lustrabotas cabeza gacha, atiende a su trabajo y el cliente, altivo; apoya su mentón en una mano y observa muy por encima de sus hombros. Desde un costado, su hijo observa cómo el banquito va siendo enchastrado por el zapato. Con cinco años, todo lo ve inmenso.

Materia prima
Siguiendo la ruta de los ingenios hacia el sur aparece Mercedes, separado de Lules por una ruta angosta. El recelo ostentado por muchos luleños genera preguntas: ¿Qué fue de aquel lugar que supo ser el productor de caña más importante de la zona? ¿Qué fue de sus trabajadores tras el cierre del ingenio? Previenen de no ir: allí hay asentamientos que pueden ser foco de robos. Pese a que todos reconocen que la zona es tranquila, piensan que igual los pueden asaltar.
Las abuelas esperan a las nueve de la noche para sacar su silla a la vereda y ver pasar la noche, las casas duermen con las ventanas abiertas. Recuerdo esos televisores que por $1 proyectan los noticieros de Buenos Aires y la novela de las tres. “También nos pueden asaltar”.
Con el correr del tiempo y los diálogos, puede comenzarse a comprender qué quieren decir con “Mercedes es inseguro”. Ya no hay trabajo, el ingenio que cerró hace más de 40 años es hoy un depósito de maquinarias y las familias tienen que conformarse con ganarse la vida recogiendo limones o frutillas, que es el orgullo del Municipio de Lules.
Mercedes es inseguro para los que aún se empeñan en habitarlo. La inseguridad emana de las puertas ya oxidadas del ingenio, del olor a puchero y caldo estirado que brota de las casas después del mediodía. En Lules también cerró la fábrica, las chimeneas de la construcción fueron demolidas hace un año. Mi vecina de diez años no cena, tuvo la merienda a las cuatro y a la noche tomará mate para irse a acostar. Los separa una ruta angosta, los une el clamor de los más viejos por el cierre de los ingenios.
Cuando es interrogada sobre los efectos que aún generan los cierres de los ingenios, la Secretaria de Cultura comenta que la citricultura, los arándonos y por sobre todo la frutilla representan un mercado floreciente para la zona que otorga muchos puestos de trabajo. Hace un año el municipio organizó la primera exposición de la frutilla. “Nos fue muy bien, vinieron europeos, degustaron la producción y se la llevaron, vendimos todo”. El orgullo es la frutilla, no la mano de obra que la genera.
En el país se cultivan 1100 hectáreas de la fruta, 300 pertenecen a Tucumán y 230 de ellas a Lules. Cada hectárea puede rendir hasta 50 mil kilos. La recolección es manual, por eso muchos previenen que aquí no pasará lo que en los ingenios que quedaron en pie, donde la máquina expulsó a los cañeros. En los galpones de empaque se desempeñan hasta 4 mil personas. En los ‘50 los santiagueños viajaban a la zafra, hoy sus hijos van a los depósitos de etiquetado.
Changas y cada tanto, para acondicionar y transportar la fruta que se vende a Europa, y a las fábricas Arcor y Dulcior.

Hacer Pie​​

​En Lules nadie se queda, nunca porque está muy cerca de la Capital. No hay casi hoteles ni hosterías.

-Sólo uno por la ruta, dice la encargada de la Secretaría de Cultura, -pero no te lo recomiendo porque ha habido varias denuncias. Resulta que muchas familias han llegado ahí en busca de un hospedaje y eso mostró ser otra cosa. Allí se hacen cosas raras, es un hotel transitorio... yo te lo tengo que avisar. Cecilia habla como dirigiéndose a un público pro castidad, ni siquiera la relaja estar hablando a solas con una persona. 

Cuenta que este lugar tiene costos accesibles y que si deseo permanecer en Lules, es la única opción. Media hora después, con teléfono del telo en mano, llego al motivo que me espanta del lugar: el precio.
Entrando en Lules la lluvia no da reparos; poco tiempo antes una chica comentó haber visto un cartel que decía alquilo cerca de la comisaría del pueblo. Por la zona nadie más oyó hablar del lugar. En medio de la calle desierta otra mujer indica dónde queda el hotel y comenta al pasar que su marido tiene un pequeño garage en alquiler. -Andá a hablarle, si él quiere, bienvenidos.
El local, señalizado con un cartel de YPF, se convierte en hogar luego de una diplomática riña con el dueño de casa en el que surge el ansiado acuerdo: $20 por día, más permiso de utilizar la ducha familiar y guardar a uno de los perros, Campeón podía estar suelto. El localcito es alquilado por la familia a $600 el mes, pero como nadie monta allí un comercio en enero, tengo techo. El ambiente de 6 x 4, antes utilizado para la venta de gas, carbón y aceite -elementos abundantes en la provincia que pocos disfrutan-, está inundado de olor a combustible.​

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