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Frente a los rieles se despliega la única cuadra de casas, pintadas cada una de un color distinto. Desde ese lugar parecen frentes de utilería, envueltos en la quietud que caracteriza a lo detenido en el tiempo.
Alemanía sobrevive desde 1972, año en que el tren dejó de pasar, sumiendo en el olvido a ese pueblo que se enorgullecía por ser la última parada de la máquina. Hasta aquel momento eran más de 300 las personas que habitaban esta comuna rodeada casi por completo por los cerros; altos que hoy parecen fuertes, donde se resguardan las pocas que nunca se fueron.
No hay otro lugar para quedarse más que un terreno enclavado a la vera del río, y unas cuantas personas se instalan allí con sus carpas y provisiones. Desde las profundidades de esa arboleda se eleva el carril gigante que atraviesa el vacío, lomadas y plantas tupidas hasta llegar a la estación.
Hoy esa arcada de rieles es el puente utilizado por los pocos jóvenes que trabajan en los campos de tabaco. Para llegar al otro lado hay que saltar la seguidilla de maderas separadas cada 50 centímetros sin mirar hacia abajo. El trecho tiene unas dos cuadras de largo por una profundidad de 100 metros. En dirección a las cosechas, un alisado verde y tupido se extiende por la derecha y la inmensidad del río cubre el lado izquierdo; mientras ese otro lado, el final de la hazaña, no deja de mostrarse distante.
Los recién llegados irrumpen en el mutismo de las casitas bajas y coloreadas con una pelota de cuero. Ya no es hora de trabajo en las fincas y los cinco locales aparecen corriendo desde distintas direcciones para sumarse a un equipo de 18 personas. Otros rostros se asoman de entre las puertas desvencijadas para observar el partido que dura lo que el sol permita y por un momento el aire cadencioso se revuelve ante los gritos de una goleada que quiebra el silencio.


La belleza oscurecida
La noche encenderá las velas de un pueblo encerrado en un siglo XXI que riega electricidad en otras calles. El sueño pronto lo cubrirá todo, después de preparar el caldo temprano de las ocho de la tarde.
Alemanía vive al ritmo de la luz que tiene, amanece al alba para ver su tierra, tan bella y extensa, tan despoblada y cercana a la capital salteña. Las pocas familias que la habitan vienen reclamando de hace años la puesta en marcha del tendido eléctrico, ya que la conexión necesaria para extender el servicio estuvo siempre a sólo seis kilómetros. Tras varios pedidos a los responsables municipales y provinciales, un día los alemanienses vieron cómo los postes de luz comenzaban a levantarse desde las fincas, atravesando los rieles dormidos, hasta llegar a sus casas. Pasó un año de aquella instalación y ellos continúan sumergidos en el mismo reclamo.
Debido a desacuerdos entre los diferentes entes gubernamentales la obra está frenada. Desde el Municipio de Guachipas aluden que la empresa que concesionó la obra cometió errores en el establecimiento del tendido ya que lo hizo sobre las líneas férreas, es decir sobre territorio nacional y eso está prohibido. No son más de diez los postes colocados en aquella zona, pero de aquel día nunca más volvió a realizarse una obra para resarcir la equivocación y dar el alta del servicio.
Mario está cansado de efectuar pedidos, al punto en que ya comienza a considerarla una causa perdida. -Es una burla hacia nosotros, hasta el más inocente sabe que los postes no podían colocarse así, pero bueno ahí está, semejante trabajo abandonado. Yo los veo y pienso “si lo conectaran ya tendríamos luz”. Por ahí escribiéndole a la Presidenta... dicen que ella lee todo y por ahí nos escucha... Aunque se apasiona al hablar, dice que el tema lo tiene casi sin cuidado y esboza una sonrisa que borra por completo su ceño fruncido. Hace pocas horas una amiga de la adolescencia que había partido a Córdoba le tocó la puerta después de 40 años. Dina se acerca por detrás y me invita a pasar, en sus palabras no hay un sesgo de resignación, ella volvió para ver a su gente y con la convicción de poder agitar las aguas con respecto a la problemática. -Hay que mandarle una nota a ella para que se entere de cómo se está viviendo acá. Los visitantes también necesitan el servicio. El pueblito este no es tenido en cuenta para nada por el Municipio, vamos quedando pocos. Dina se incluirá siempre, sintiendo nunca haberse ido.
Allí viven alrededor de diez familias que se sustentan con el cultivo y la ganadería destinados al autoabastecimiento. Los hijos en edad escolar son cada vez menos, pero pese a la baja población Alemanía aún conserva una escuela albergue que brinda educación a todos los chicos de los parajes vecinos. La casa recibe luz a través de pantallas solares y durante el período de clases la habitan 45 alumnos, acompañados por la maestra, dos cocineras y un cuidador. La obra es el orgullo actual de los alemanienses, saben de la importancia de la existencia de esa institución en su lugar y destacan la labor de la docente que trabaja en un aula integrada con estudiantes que van de los seis a los once años.
La escuela es sin duda un hecho sobresaliente, ya que no sólo cumple el rol educativo sino que oficia de comedor y hogar para todos aquellos niños a los que les sería imposible acercarse diariamente a una institución desde sus hogares que, en muchos casos, están ubicadas en medio de caminos inhóspitos o a la vera de la ruta.


Dina recuerda cómo era su pueblo en aquellos años suyos de estudiante en que el tren marcaba el ritmo de los días. -Transportaba alimentos y pasajeros de Santa María, de Belén (Catamarca) y Cafayate. Mario la escucha y la acompaña en su relato -Esto estaba lleno de camiones, era un desfile constante de gente que iba y venía, acá supieron llegar hasta mil personas con los viajes, era impresionante. El galpón que está en la entrada estaba lleno de harinas, lanas, telas y carbón para trasladar. Teníamos un bar y un hotel para los recién llegados. Había correo y sala de primeros auxilios. Una vez que se levanta el ferrocarril todas esas industrias y comercios se fueron yendo.
En Alemanía se mantiene el espíritu virgen de los espacios naturales ricos en paisaje. Sus habitantes lo saben, incluso Dina rescata haber vuelto y encontrar a su pueblo tan bello como cuando se fue. -A veces pienso que con esos cambios, con el avance de la electricidad por ejemplo, sobrevendrían otros... pero es una de cal y otra de arena, la luz hoy es fundamental para reactivar la economía. El servicio no sólo es indispensable para el sustento actual de una industria, sino también para que se instale una sala médica, carencia que el lugar también viene arrastrando desde el cierre del ferrocarril.
Dina se fue de su pueblo apenas el tren desapareció, a principios de los ‘70. Sus padres decidieron llevarla a Córdoba para que continuara estudiando, sabiendo que Alemanía terminaría por estancarse en el tiempo sin la fuente de trabajo que brindaba el transporte -De todos los pobladores originales de acá, el único que quedó es él. Mientras habla, abraza a Mario y lo besa. La alegría y la nostalgia se funden en su rostro mientras observa todas esas callecitas de tierra y arbustos que hace cuatro décadas tuvo que abandonar. -Nunca quise irme. Después me casé y la vida me fue llevando a vivir en Tierra del Fuego. Pasaron los años, mis hijos ya son grandes y decidí que era mi momento para volver, estuve un año planeando este viaje. El deseo de regresar siempre estuvo presente. Sigue igual, todo, colgado en el tiempo, acá a Mario y a mí nos siento iguales que ese día en que nos vimos por última vez. Cuando me fui lloré todo el camino hasta perder de vista aquel cerro, el más alto. Dina señala la inmensidad de la serranía y queda prendida del paisaje. -Este mismo que tengo ahora conmigo, como si hubiera permanecido igual para que pueda volver a verlo.

El pueblo que recuerda
Shh... entro despacio, sigilosa. Tengo miedo de despertar aquello que nunca se ha dormido. A un lado de la ruta 68, pasando el inmenso puente oxidado de la entrada por el que debajo corre presuroso el río, hasta llegar del otro lado. A la derecha, de los dos galpones que anteceden al puñado de construcciones, pende un anuncio “Territorio Indígena. Comunidad Suri Diaguita”.
Del silencio humano brotan los sonidos de la tierra y el agua, y el resoplar de las cabras pastando tranquilas en ese suelo que parece ser todo suyo.
Más atrás una biblioteca descansa sobre los cimientos de la soñolienta estación de ferrocarril que no para de recrear las imágenes de su gloria; esas viejas procesiones de viajeros que llegaban a Alemanía cuando no era sólo una postal para fotografiar.

"Porque si la nostalgia tiene patria,

ésta no puede ser otra que los ojos de estas mujeres” 

Octavio Rivas Roney

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