top of page

Definí al pasaje como el museo de lo que está vivo. ¿Qué habrá llevado a sus gestores a concretar este proyecto? Después de hablar durante varias horas con Kenti la respuesta está más que clara, al tiempo que el proyecto se direcciona a los turistas, busca reivindicar y sostener a través de la difusión la propia cultura.
Uno de los espacios está destinado al relato de la hoja de coca, un elemento sagrado. El guía se detiene frente unos cuantos ramilletes y dirige la mirada de los diez visitantes -La hoja de coca no es una droga, es un estimulante que sirve para la circulación sanguínea, para el estómago y en especial nuestros abuelos lo usan para distintas curaciones. Lo que es muy raro es que su venta está permitida sólo en Catamarca, Tucumán, Salta, Jujuy y parte de Santiago del Estero; en el resto del país es considerada droga.
Los guías y los maestros tienen también un lugar en el museo. Para exhibir ciertas cosas, sus gestores debieron pedirles permiso. -Ellos nos sanan mente y cuerpo. Utilizan un manto negro, porque al ser un color neutro, chupa las malas energías. Hacen sus lecturas en base a la coca, de acuerdo a cómo caiga el puñado de hojas que arroja al aire será el destino de la persona que interroga. Ellos están para hacer el bien, pero es cierto que algunos realizan trabajos oscuros, que para desanudarlos hay que recurrir a otro y eso implica una fuente de ingresos para el curandero.
Kenti advierte que si bien son varios los que viven en Humahuaca es muy difícil acceder a ellos, ya que hay que llegar a formar parte del círculo de confianza. -Recién a los 40 años yo me enteré que mi abuelo era uno y pude ir en su búsqueda.
Dentro de las prácticas religiosas y espirituales, la comunidad se rige por lo que se conoce como el matrimonio a prueba; antes de casarse si una pareja quiere vivir junta, hacen una fiesta, donde se intercambian anillos, las familias se conocen y conviven durante dos, tres o cinco años. -Si en ese lapso de tiempo la relación no funcionó, cada uno para su lado, si nacieron hijos en ese tiempo, no importa, se quedan con la madre. Yo ya voy por el tercer intento.


Apuntes de carnaval
La última sala está íntegramente dedicada a ese festejo ancestral que dura ocho noches y nueve días y se celebra en la Quebrada como en ninguna otra parte del país. Ya en los días previos Humahuaca desborda de visitantes, los hoteles tienen reservas desde septiembre y es prácticamente imposible hallar una cama en una casa de familia o una parcela en un camping cercano.
El carnaval se inicia con el desentierro del diablo, cada comparsa se dirige a su altar, a su mojón y desde ahí brinda un tributo a la Pachamama ofreciéndole vino, hojas de coca, cigarrillos y maíz en agradecimiento por el año anterior y pidiendo que proteja el curso del inminente festejo. El muñeco enterrado al cierre del carnaval pasado vuelve a salir a la luz y las comparsas reanudan su baile hasta el alba, pasando por su pueblo, mientras centenares de personas los acompañan por las calles.
El espíritu se prolongará durante todo el festejo hasta que los grupos vuelvan a bajar de los cerros a enterrar nuevamente a su diablo hasta el año próximo. A medida que avanzamos por la sala, Kenti detalla sobre los trajes y los símbolos de la ceremonia -Bajamos llorando, porque estamos despidiendo al carnaval, tenemos que sacarnos el talco y nuestros disfraces para volver a nuestra vida diaria. La ceremonia acá es muy grande ya que se fusionan dos fiestas muy importantes, la occidental con su rito religioso y el carnaval con esa tradición grecorromana con sus festejos dionisíacos y orgiásticos, a los que vienen después esos 40 días de arrepentimiento previos a la cuaresma. Cuando el diablo está suelto en occidente se celebra el carnaval, y en nuestro territorio andino se festejaba la cosecha. Nosotros los kollas todo el año trabajamos, somos tímidos, callados y en carnaval el diablo, el zupay como lo llamamos, nos anima a hacer ciertas cosas que no hacemos en la vida cotidiana.
En esos días pocos saben quién está dentro de cada disfraz, los personajes alteran el color de sus voces por estridentes alaridos que acompañan al ritmo y al baile de las comparsas. La liberación del cuerpo y la mente se fusionan en un espíritu único que lo envuelve todo en esa semana extendida.
“Con la intención de salvaguardar el orden y las buenas costumbres nadie podrá disfrazarse de sacerdote, militar o policía”. Todos los años este edicto policial se antecede a las posibles quejas que puedan recibirse, explicitando a las comparsas la rigurosa prohibición de llevar “trajes indecorosos o que dañen la moral”.


-La fiesta de carnaval es también una ceremonia de seducción. Kenti habla de la rameada, una forma típica de demostrarle a la mujer con la que se está bailando que se gusta de ella. Para que note el entusiasmo el hombre debe ramearla, que no es otra cosa que agarrarla por la fuerza hasta sacarla a bailar. -Se dice que mientras más resistencia ponga la chica, más te quiere.

El pueblo colapsa
El 4 de marzo Humahuaca amanece con sus calles colmadas de grupos de jóvenes que deambulan en busca de un lugar dónde quedarse, la terminal de cuatro plataformas es un atasco de micros de doble piso repletos de turistas y la plaza principal, un hervido de puestos de artesanías, gorros, comida y espuma.
El festejo ancestral está atravesada por un ir y venir de autos que estacionan sobre las veredas, la gente se abalanza en vano sobre los hostels que alertan desde las entradas: “Todo lleno”. Llegar horas antes de carnaval a la Quebrada es casi como asegurarse el sueño a la intemperie. Esa tarde, un mismo cartel cuelga en varias casas céntricas “Hay espacio para bolsa de dormir”. El metro cuadrado de baldosa para tirar la lona llega a costar $50, las habitaciones dobles que hasta hace pocos días rondaban los $60 duplicaron su valor y hasta los patios de escuela son escenario para que las empresas cerveceras monten sus gigantografías.
El pueblo tranquilo se convierte en un caldo de cuerpos, autos, bolsos y carpas. Para aminorar la espera, varios grupos se instalan en la plaza y destapan el primer cajón de cerveza. Se pasarán toda la tarde entre el consumo ambulante de alfajores, empanadas y las bebidas que el kiosquero ofrezca. En un lapso de dos horas prácticamente todo el que pasea calza un sombrero de pana con forma de cono. Desde lejos la imagen es surrealista, muchas cabezas coloreadas revolviéndose en ese tránsito lento de excitación y júbilo.
El dueño del kiosco frente a la plaza refunfuña. En lo que va
del día ya le rompieron más de diez envases y debió sumar a dos empleados para evitar robos huidizos de todo lo pequeño que esté al alcance de la mano. Lidia con los borrachos de las cuatro de la tarde que piden más aunque las botellas estén calientes. -Estos son de la capital (por San Salvador), los más irrespetuosos. Los conozco a todos, vienen siempre acá a la Quebrada y como son hijos de abogados y gente de dinero, llegan acá y piensan que pueden hacer lo que quieren, porque efectivamente es así. Mientras, las cuadras aledañas son un banquete de espuma y talco. El rito se repite, el que emboca en la cara se siente satisfecho y va en busca de otro desprevenido.

 

El museo de lo que está vivo
Fundado por su padre Sixto Vázquez Zuleta, Kenti lleva adelante un museo sobre los festejos, usos y costumbres de su comunidad andina. La iniciativa está dedicada al turista, que llega principalmente en épocas de carnaval, con el fin de interiorizarlo en la cultura ancestral kolla, haciendo hincapié en las prácticas que se mantienen vigentes tras 500 años de opresión.
Hablar de las medias y el calzado típico dentro de este contexto cobra una significancia distinta a la proyectada por las clásicas salas de exposición, que despliegan un informe sobre aquello que pareciera estar congelado en el tiempo, que ya es pasado o no existe.
No por esto la controversia deja de asomar cuando los visitantes se enfrentan a las vitrinas donde dos muñecos que simbolizan a una pareja indígena calzan las polleras y pantalones que afuera muchos habitantes usan a diario.

"Los indios de las Américas viven exiliados en su propia tierra.
El lenguaje no es una señal de identidad, sino una marca de maldición. No los distingue, los delata. Cuando un indio renuncia a su lengua, empieza
a civilizarse.

¿Empieza a civilizarse o empieza a suicidarse?" 

Eduardo Galeano

“Bendito sea este desentierro del diablo”
En medio de la euforia y tal como si fuera un llamado al arrepentimiento de la risa, las campanas de la iglesia redoblan a las doce del mediodía del 5 de marzo. Pero aquel sonar convoca a algo distinto; fieles, curiosos y párrocos lo saben, esta vez entrarán todos porque la iglesia llama a la bendición de las banderas de las comparsas.
El templo pierde en un segundo la fría sobriedad de eco hondo, para convertirse casi en un salón de fiestas. Los colores de las banderas que se agitan desde la entrada van acercándose hasta el altar católico para recibir la buenaventura y partir al otro, a su mojón de tierra y piedra, de coca y maíz.
Las damas que acompañan al cura se irritan con el flash de las cámaras. Arbitrariamente se acercan a un chico y le impiden violentamente tomar una foto, mientras a su alrededor unos 50 disparos entre cámaras profesionales, hogareñas y de celulares la burlan congelando aquel instante. En medio de la algarabía comparsera, ellas sienten que deben salvaguardar la imagen del templo sagrado, el párroco no dio orden alguna de censurar la fotografía, pero ellas igual se atrincheran a un azaroso elegido con su moral: “Respetá a la institución, no se puede tomar fotos”. La mirada descalificatoria de una de las feligresas desentona con la iluminación frenética y repetida de los flashes que la circundan. “Quiere ser más cura que el cura”, sopla por lo bajo el integrante de una comparsa. Una vecina humahuaqueña llega al altar -Queridos todos yo represento a la comparsa Pancho Villa y quiero hacer un pequeño homenaje a uno de nuestros compañeros que ya no está entre nosotros. Desde aquí lo recordamos y levantamos la copa para brindar con él. El silencio reaparece por unos segundos hasta que la garganta de una comadre vuelve a quebrarlo con una copla de carnaval.



Que vivan los humahuacas con todos sus carnavales /
Hoy ya salí de mi casa y pienso volver mañana /
Volveré un poquito alegre / Volveré en una semana​



La ceremonia termina con el cura agitando aplausos para la comadre mientras bendice las banderas desplegadas sobre el altar. “Vamos a irnos felices a dar comienzo al carnaval, estemos alegres pero para compartir, con disfrute y a cuidar el exceso”.
A los pies de la iglesia las comparsas inician una rueda de baile hasta sus respectivos mojones, acompañados por toda la gente que los espera en la plaza. Ya recibida la bendición, es la hora del desentierro del diablo.​


Humahuaca adentro
“(...) El arte de nuestros enemigos es desmoralizar,
entristecer a los pueblos. Los pueblos deprimidos no vencen.
Por eso venimos a combatir por el país alegremente.
Nada grande se puede hacer con la tristeza”
Arturo Jauretche



Los mojones de los barrios yacen tranquilos, casi ajenos a la revolución céntrica. Pueblo adentro, cruzando la ruta y siguiendo el zigzagueo de un camino irregular puneño, se divisa a lo alto el altar de piedras de la comparsa Rosas y Claveles. A las cinco de la tarde comienza el desentierro, las plantas de chala flamean sobre el monte por el que de a poco van trepando quienes se dan cita.
La ceremonia aguarda una jornada de pura ofrenda. Las familias anfitrionas del mojón acercan cajones de cerveza, vino tinto, hojas de coca y cigarrillos. -A la Pacha, ahora en febrero, se le comparte lo que vayamos a tomar en carnaval; a diferencia del ritual de agosto que es una ceremonia muy distinta, donde se la convida con los alimentos que preparamos. Rubén es uno de los integrantes de la comparsa y se encargará de que a nadie le falte para ofrendarle a la tierra. -Primera el brindis es con ella, para que ampare el festejo.
El viento sopla fuerte en las alturas y el silencio lo envuelve todo. Las familias hacedoras del altar comienzan con la chaya a la Pachamama. De rodillas frente al mojón, un hombre cava un pozo, mientras sus familiares y amigos escogen varias botellas que son regadas sobre todo el altar. El suelo se humedece, se vuelve fértil. La ceremonia genera un ámbito de paz y encuentro entre los presentes.
Una persona se persigna frente a su altar de tierra, trazando una cruz en su cuerpo. Aún hoy las huellas de la invasión hispánica y católica lo atraviesan todo.
Abierta la boca de la madre tierra las familias fundadoras invitan a todos a chayar y una larga cola se arma al instante bajo idéntico silencio. Mientras sucede la espera del propio turno, algo muy fuerte nos reúne. Resulta tan complejo describir la mirada cálida con que todos contienen al que está ofrendando a la Pachamama... El acompañamiento recíproco nos acerca en un alivio espiritual que se comparte y se extiende. Al costado de la fila, una mujer toma las botellas y va pasándolas. Las manos me tiemblan. Sostengo la ofrenda y dejo caer suavemente el líquido sobre la tierra humedecida. Al otro lado, alguien me acerca un puñado de hojas de coca.

El sentido del tacto prevalece ante los ojos y es mejor cerrarlos para sentir profundamente lo que se está viviendo. Primero el frío de las bebibas cayendo como un hilo frente a mi cuerpo, y el espesor de la tierra mojada rosando mis rodillas. Tomo las rugosas hojas de coca, y otra vez mis manos sobre la tierra, sintiendo su cálida humedad. La ofrenda termina, mientras el viento frío vuelve a desnudarnos a ambas. Llevo en las manos la memoria de esas fracciones de segundo en que me sentí parte suya.​

El desentierro
A un costado de este mojón hay otro rodeado por su comparsa. El inicio del carnaval también se da allí, en simultáneo a la chaya, y es más íntimo. Entre plumas de colores, trajes y máscaras, decenas de personas traen de la tierra cavada en el año anterior al símbolo que indica otro período de festividad. Una vez que esa otra ceremonia se realiza, músicos y bailarines se acercan a ofrendar y desanudan sus cuerpos en un movimiento continuo que no cesará hasta altas horas de la madrugada.
Desde las alturas, los integrantes de las comparsas van bajando acompañados por su banda. Ya es de noche y la cantidad de presentes en el mojón se acrecienta. Siguiendo los últimos colores de los trajes que se vislumbran en plena oscuridad de la puna, una caravana de personas danza sobre la ruta que pasa por Humahuaca frenando por completo el tránsito. Durante más de una hora el recorrido se extiende sobre el asfalto y el zigzagueo entre autos, micros y camiones que agitan el desfile con bocinas y señas de luces.
El grupo llega hasta el centro del pueblo para cruzarse con los demás y de pronto somos multitud los que nos encontramos sobre esta misma tierra y bajo idéntica actitud.​



Un distraído se cruza entre el baile de la comparsa y el diablo que la escolta le da un golpe en los hombros con su cola de cascabeles. El afectado se queja, duele realmente; admite que le cayó mal in situ y que a los minutos ya lo recordaba riendo. El golpe se efectúa con la clara intención de adiestrar al pasmado. Sobre su efectividad tampoco quedan dudas.
El carnaval es participativo, integrando a todo aquel que esté cerca; no es un corso, donde sólo bailan los de las comparsas. La creencia es que cuanto más se comparta, más va a devolver la Pachamama. “Cuando sos invitada no debés decir ‘no, gracias’, porque es una ofensa para nosotros. El problema es que son ocho días, donde se recibe comida y bebida en exceso y el cuerpo tiene que aguantar. Más allá de estos aspectos picarescos, la ceremonia es muy importante para nosotros y nos colma de disfrute integrar a quienes llegan; como decimos acá: Ayni, ayuda recíproca”, explicaba Kenti en nuestra charla. Ya en el centro de la plaza recuerdo sus palabras; es en vano buscarlo, somos cientos y cientos y él debe andar danzando con sus máscaras sin que nadie pueda descifrarlo.


“No pudieron socavar el espíritu de nuestro pueblo”
El carnaval es la catarsis por completo de un pueblo, un quita penas a fuego y en la tierra, una exorcización de las ataduras colonizadoras. La sangre originaria toma entre sus manos a su identidad y se disfraza para poder burlarse de su opresor; de la vida devenida en rutina de trabajo. Sólo una vez en el año, sólo durante nueve días el pueblo se libera bajo la bendición de la Pachamama.
La ceremonia es tan fuerte en el norte que ni la represión de la dictadura y su anulación de los feriados lograron aminorarla. Los efectos de este silenciamiento se sentirían fuertemente en otros puntos del país, pero no en la Quebrada.
Kenti rememora -La fortaleza de esta tradición viene de la invasión española, donde nos impusieron toda una vida cultural ajena a la nuestra. Ahí se nos empezó a acallar a través de la fuerza y la religión. Fueron cinco siglos de vaciamiento y hubo una resistencia tan grande que a pesar del dominio político y armamentista, no pudieron socavar el espíritu de nuestro pueblo.
En este momento estamos entrando en un nuevo Pachakuti, que es una era de aproximadamente 500 años. La creencia andina es cíclica, como en cada nueva cosecha, todo muere y renace en los albores de un nuevo ciclo. -Tenemos bien en claro que este Pachakuti que está pasando fue negativo y estamos entrando en uno positivo. Siempre hay uno de oscuridad y otro de claridad, una de tristeza y otro de alegría. Este está marcado por el florecimiento del Abya Ayala.
El Abya Ayala, es el lugar de todos, nombre por el que se llamó originariamente al continente americano. -En nuestro país están habiendo cambios con la organización de las comunidades indígenas, como acá en Jujuy, donde llegamos a formar nuestro partido, el Movimiento de Participación Comunitaria Indígena, que hoy cuenta con dos concejales y estamos luchando por tener representación en Diputados.
La comunidad Kolla, al igual que otras del país, soporta la represión y sumisión de su lengua y tradiciones. -Ahora estamos empezando a manifestarnos, a volver a hablar, y desde esta perspectiva para nosotros el carnaval representa el espacio de liberación. Nuestro pueblo indígena no tiene permitido rebelarse contra los jefes y el símbolo de la burla que caracteriza al festejo, tiene que ver con esta posibilidad de decir no.

En sus apuntes de viaje, hace 70 años, Octavio Rivas Roney escribía sobre esos silencios hirientes tras años de dominación: “Las mujeres kollas andan lentamente por las callejuelas de Humahuaca, con rostro de no haber tenido jamás infancia. Con sus hijos a la espalda, bajan de su montaña y se internan en el pueblo, ajenas a todo lo que no sea su tristeza que la quena recoge y devuelve en las noches de La Quebrada. (...) Humahuaca es una isla de recuerdos heroicos, a la que uno llega alegre y despreocupado y se siente tocado de pronto por una extraña solemnidad que torna trascendental cada piedra que se pisa, el aire que se respira, el silencio que se rompe al respirar. (...) Y nosotros no llegaremos nunca a penetrar de verdad en los restos de ese pasado, en lo que ha quedado de su alma alentando en carne popular. Los indígenas prefieren morir encerrados en su silenciosa desconfianza que los patrones blancos han aguijoneado con la explotación, han revolcado en la miseria. No fue para esto, no, que los gauchos tomaron por asalto la colina hace más de un siglo. Entonces se les habló de ‘su tierra’ y de su dignidad. Hoy los gauchos son los peones de los descendientes simbólicos de Álsaga, y no están mejor que los indios”.​​

bottom of page